lunes, 14 de junio de 2010

Un Movimiento Campesino en el Perú

UN MOVIMIENTO CAMPESINO EN EL PERÚ
Eric Hobsbawm

I
El presente capítulo trata de describir y analizar una fase crucial del descontento campesino en la provincia de La Convención, en la región peruana de Cuzco. Este movimiento campesino, persistente, fuerte y difundido, ha sido poco investigado aunque muy comentado. Mis propias investigaciones eran superficiales por más que completé observaciones y testimonios locales con un estudio de la prensa peruana, tanto nacional como local, para 1961-1962. El presente es un estudio que dista mucho de ser todo lo serio que debiera. Sin embargo, tan inadecuada en Europa es la información acerca de los movimientos agrarios latinoamericanos, que aun un trabajo parcial y preliminar puede tener algún valor.
Abarca la región del descontento la provincia de la Convención y el distrito de Lares en la provincia de Calca (región del Cuzco), es decir, el área de los valles de Urubamba (Vilcanota) y de alguno de sus afluentes, que descienden rápidamente desde los altiplanos para llegar a desembocar en el Amazonas varios centenares de kilómetros más al norte.1 La Convención, que cubre aproximadamente el 54 por ciento de la región de Cuzco (unos 45.000 km.) es una zona de colinas y de selva subtropicales y tropicales a 1.000-1.250 m de altura, separada del resto de la región por montañas y pasos estrechos, cruzada por aguas rápidas, y de la que escasean los mapas: todos los datos estadísticos acerca de ella son puras conjeturas.2 El ferrocarril no pasó del Macchu Picchu que domina la entrada de la provincia, hasta los años 40 de nuestro siglo, y todavía no pasa de Huadquina, a unos 130 km de Cuzco. La capital, Quillabamba, se hallaba todavía en 1963 a varias horas del ferrocarril en autobús o en camión, por carreteras dudosas, siendo las comunicaciones con otras partes de la zona mucho más primitivas aún. De hecho, la zona de descontento cubre tan sólo una parte de la provincia, la que media entre la Sierra Alta al sur y el punto en que se encuentran los ríos Urubamba y Yanatile-Ocabambas al pie de Quillabamba. Lo que ocurre en el resto de la selva, más allá del radio alcanzado por el transporte, no se conoce. El valle de Lares, que técnicamente pertenece a la provincia del Altiplano de Calca, constituye la parte superior del valle del Yanatile, que desciende paralelamente al Urubamba, antes de torcer su curso hacia éste. Por más que los movimientos de La Convención y de Lares están relacionados entre sí, las condiciones en ambas áreas no son las mismas. Mientras no se diga lo contrario, mis observaciones se aplican a La Convención.
Hasta hace unos decenios, el área de referencia estaba totalmente aislada, con una población escasa y una economía inutilizada. Se dividía nominalmente en tierras públicas y unas cuantas fincas gigantescas, que alguna vez, como dirían después los campesinos, tenían una condición legal dudosa, poco sorprendente esto en tan remoto y tan inestable territorio. La posición de los pocos hacendados era la que cabía esperar en las selvas del Perú. Eran «dueños de vida y hacienda» y si hay en todos los movimientos campesinos de la región un tema constante, es el del resentimiento contra los abusos que de los poderes soberanos de los terratenientes hacían éstos o sus gamonales: penas corporales, torturas, muertes, explotación sexual de la campesina, etc. El principal y el más impopular de los propietarios era Alfredo de Romainville, cabeza de una familia cuya hacienda original, estimada en unas 500.000 hectáreas, adquirió en 1865 un tal Mariano Vargas, dividida después la propiedad en unidades algo menores entre Carmen Vargas de Romainville (hacienda Huadquíña, de unas 146.000 hectáreas) y María Romainville de la Torre (hacienda Huyro).El proceso de división del territorio original ha proseguido, aunque la hacienda principal, Huadquiña (en cuyo beneficio, podríamos suponer, se construyó el ferrocarril de Cuzco-Huadquiña), tiene todavía más de 100.000 hectáreas incluyendo en ellas epicentros de la rebelión como el bastión del guerrillero trotsfcista Hugo Blanco, Chaupimayo.
Hacía 1962, la región tenía 174 haciendas (de las 700 que constituyen la región de Cuzco, de la que ocupa aproximadamente la mitad del territorio). Los demás hacendados no parecen operar en la misma escala que los Romainville. Los más importantes, o más bien los más impopulares, incluyen a los Bartens —la hacienda Chacamayo de Ernesto Bartens— en el valle de Lares, cubría unas 35.000 hectáreas, los Márquez, Ernani Zignaigo
(de Paltaybamba). Ramón Marín, Aurelio Salas, Esteban Quispe, etc.
Muy poco explotadas para cultivos encaminados a la exportación fuera de los valles, salvo cierta cantidad de coca que se vende en el altiplano. El final de las obras del ferrocarril de ía estrecha de Cuzco a Santa Ana (Huadquiña) en los años 30, acabó de abrir esta zona a una más amplia economía de mercado, y entonces el café, la caña, la fruta, el cacao y otras cosechas adecuadas merecían un cultivo serio en vistas a la exportación. Al mismo tiempo una epidemia de paludismo —hacia 1930-1936— parece haber diezmado la ya de por sí escasa población y haber contribuido a cierta emigración y a no pocas ventas de tierras. Mientras el cultivo intensivo se difundía después de 1938, en el vacío dejado por los anteriores penetraban inmigrantes venidos de la montaña, y la corriente inmigratoria se aceleraba periódicamente por las sequías y los terremotos de esta parte. La migración era principalmente individual: La Convención tiene sólo cuatro «comunidades indígenas» de las 217 legalmente reconocidas en la región de Cuzco. La región pasaba pues a ser habitada por pioneros, probablemente atraídos tanto por las nuevas posibilidades económicas como por las esperazas de una mayor libertad en un territorio grande y virgen, pero se hallaron con una tierra ya parcelada, repartida entre un puñado de latifundios singularmente arcaicos y dilatados. La Convención es un país nuevo, y casi, en el sentido norteamericano, un territorio fronterizo.
Los inmigrantes tenían trabajo y energías, pero no tierra. Los hacendados tenían grandes cantidades de tierra sin utilizar, y carecían de mano de obra, pero en sus manos estaban el suelo y el poder político. No le resultaba práctico el cultivar sus fincas como plantaciones con mano de obra contratada, a pesar de que los intentos de reclutar trabajadores (incluido el bochornoso enganche de muchachos) no dejó de hacerse. Sea como fuera, los hacendados no estaban dispuestos a pagar salarios decentes para contratar los trabajadores, por temor a aumentar el nivel salarial, prefiriendo a eso perder una proporción de su cosecha cafetera.7 Tampoco estaban dispuestos en general a dejar que empresarios venidos de fuera iniciaran cultivos sobre una base aceptable. Y por ello, se adoptó una solución típicamente feudal. Se daba a los arrendatarios parcelas contra la obligación de llevar a cabo trabajos —servidumbres pagadas en las tierras dominicales—, pero sin seguridad alguna para el primero de que conservaría el arriendo y sin el derecho al valor de las mejoras hechas en la tierra. En general también estaban obligados a cultivar productos que tenían necesariamente que vender a través de la hacienda, y en la cual también compraban lo, que necesitaban para sí, seguramente a precios excesivos. Si la cosecha del arrendatario era buena, parece que eran cosa corriente los acuerdos en cuya virtud se daba al hacendado una cuota de lo recogido.
Unos 4.000 de estos arrendires contrataron parcelas en tales condiciones. Tendían a subarrendar parcelas más pequeñas en condiciones análogas, haciéndolo a unos 12.000 allegados, que en general eran mandados por los arrendires a cumplir la servidumbre en tierras dominicales. Por debajo de ellos estaban a su vez los braceros o jornaleros, pagados diariamente en metálico o en especies, y llamados agregados, habilitados o peones. El total de los campesinos de estos valles se calcula cuando menos en 60.000 hombres. Los arrendires distaban mucho de ser proletarios. Antes bien conservadores y ultrarrevolucionarios se quejaban de su riqueza, de la que a veces se dice que superaba a la de los hacendados menores. Sin embargo, aunque se conocen uno o dos casos de ascenso social de arrendires, gracias a la administración de las fincas y de la política, y aunque existen elementos evidentes de un conflicto de clases potencial en el seno del campesinado, en 1962 la mayoría de los arrendires seguía, al parecer, identificando sus intereses con la oposición a los latifundistas.
El hecho crucial acerca de las agitaciones campesinas de La Convención radica en que su origen y su liderato reside en la clase media rural de los arrendires, por más que sus exigencias también alcanzan las de los allegados. Su interés mayor era el de convertir el sistema de arriendo feudal de la tierra en un sistema capitalista de lo mismo, o en hacer de él propiedad campesina. Así, las principales exigencias de la huelga general de rrendatarios
de 1961-1962 abogaban por los cambios siguientes.
“Abolición de las servidumbres de trabajo («Condiciones», «Paña», «Manipula», «Huata faena», «Semanero», etc).
Sustitución del arriendo en metálico.
Nuevos arriendos por un mínimo de seis años (y allá donde se cultivan cosechas industriales, diez años).
El derecho a semblar el 10 por ciento de la tierra con cultivos alimenticios.
El derecho para arrendires y allegados a comprar tierras.
Absoluta prohibición de la obligación de vender las cosechas a la hacienda y de comprar en ésta los productos necesarios.
Los hombres de Huyro, que llegaron a un acuerdo con la Compañía Agrícola S. A. (S. Borda, Ramón Kalinowski), llegaron a las condiciones siguientes:
Contratos bienales.
Abolición de las dos semanas de trabajo con salario fijado por el hacendado cada seis meses.
Supresión de la palla; pero los arrendires trabajarían un día más de condición.
La compañía reconocerá todas las mejoras hechas por los arrendires aunque reservándose el derecho de adquirirlas.
Los arrendires quedarán libres de vender su cosecha (de té) en otra parte.
La compañía dará tierra para las casas y pondrá una escuela, introduciendo también la electricidad cuando quede instalado el nuevo generador.
No hay pruebas bastantes de una agitación independiente de los agregados, ni de mucho interés específico por sus exigencias, aunque es evidente que la abolición de las servidumbres personales les beneficiaba de modo inevitable. Sin embargo, esta campaña localizada en pro de arriendos mejores y por parte de un conjunto limitado de potenciales cultivadores «kulak, se convirtió en la médula de un movimiento campesino sólido que abarcaría virtualmente todos los habitantes rurales de la provincia (hacia fines de 1962 la Federación Campesina tenía 110 sindicatos afiliados en la provincia, con 20 a 600 miembros cada uno). Su poder y la generalidad de su alcance vienen indicados por el hecho que desde la primavera de 1962 el gobierno peruano dictó una y otra vez medidas especiales en pro de la reforma agraria en La Convención y hasta la Cámara de Comercio de Cuzco se dirigió oficialmente al gobierno pidiendo
“la inmediata ejecución del anunciado Plan de Reforma Agraria especial para La Convención, con la adopción urgente e inaplazable de todas las medidas que fueran necesarias tanto para la total abolición de los sistemas anacrónicos de explotación agrícola, cuanto para elevar el nivel de vida de sus pobladores, especialmente de los campesinos, e incrementar la producción agropecuaria de tan ubérrima región”
¿Cómo fue esto posible? La primera razón es desde luego que las divisiones en el seno del campesinado quedaban más que neutralizadas por los factores que pesaban en favor de la solidaridad. Aparte de su pobreza general, los campesinos de la Convención son hombres del campo y no de la ciudad,15 indios y no criollos. Los inmigrados son en su arrolladora mayoría indios, por más que la migración individual implica una cierta disposición a romper con la tradición. La indumentaria de los hombres (aunque no tanto la de las mujeres) tiende a ser más moderna que en las sierras, y por más que el quechua sigue siendo el idioma hablado en los mítines de los sindicatos, el castellano se entiende ampliamente y aun se habla bastante. Además, la mayoría de los sindicatos parecen tener su núcleo de hombres que han superado el analfabetismo. Una gran parte de esta modernización puede que se deba, naturalmente, a la influencia de la organización comunista.
Más importante que esto es la condición común de los campesinos como sujetos feudales en una situación de dependencia a la que van unidas la incertidumbre y la inseguridad. Aún los arrendires no eran terratenientes; y lo que es más, tenían sus razones para sospechar que tan pronto como su trabajo hubiese normalizado las cosechas en las tierras vírgenes cultivables o accesibles de las haciendas, los hacendados los expulsarían, quedándose con las tierras mejoradas. La obligación común de cumplir con la servidumbre personal a que estaban sujetos (cualquiera que fuese la fórmula del contrato o la costumbre), la ausencia común de derechos económicos, así como la sujeción común al poder arbitrario del hacendado, unió al kulak más rico con el más pobre de los peones en una oposición constante a la «injusticia». Algunos aspectos de esa «injusticia» chocarían a unos campesinos más que a jtros; otros aspectos —y no necesariamente el económico— les afectarían a todos por igual.18 En cambio, para jornaleros y braceros, que no tenían interés directo en las exigencias de arrendires y allegados, la existencia de cualquier movimiento de resistencia campesina contra los señores ofrecía la posibilidad de reclamar eficazmente sus derechos, o aun de reconocer la existencia teórica de esos mismos derechos. Brindaba un ejemplo que debía seguirse, era un movimiento al que era preciso unirse, y aportaba un núcleo de jefes locales. Y también, en efecto, mejoraba su situación, lo mismo que la de todos los demás tipos de campesinos. Los jornales subían de cinco soles a unos veinte soles o más.
¿Pero cómo pudo una organización poderosa y amplia, dirigida por comunistas y otros marxistas revolucionarios, capturar una región tan remota? Esto se debe desde luego a la desacostumbrada y tradicional fuerza del partido comunista en la región de Cuzco, su principal bastión, y en la misma ciudad de Cuzco. En esta parte del Perú, y a pesar de su orientación en pro de los indios, nunca logró el APRA afianzar su poder del modo que lo hizo en el norte. (El principal aprista de La Comvención, R. Sernaqué, que fue antes odriista, era un conocido enemigo de los sindicatos obreros, y fue asesinado en 1962.) La organización comunista penetró en La Convención ya en 1934, cuando se organizó un sindicato Maranura, que todavía es un bastión de la ortodoxia del partido, aunque aquel sindicato se suprimiera después y, según parece, desapareciera temporalmente en la época de Odria.17 La Federación de Trabajadores de Cuzco (en cuyo edificio la Federación de Campesinos tiene sus despachos), el partido comunista y sus cuadros e intelectuales brindaron organización y ayuda; los intelectuales de Quillabamba (principalmente, según parece, abogados, empleados bancarios y maestros), prestaron los servicios legales y otros. Si había de haber organización campesina en La Convención, ésta tenía que llegar por tren desde Cuzco, es decir, bajo la forma de la organización comunista.
Cuando llegó, parece haber encontrado un suelo desusadamente feraz en un territorio de pioneros, en el borde la selva, zona poco poblada e indicada para atraer hombres tenaces y con independencia de espíritu, que no estaban dispuestos a aceptar la servidumbre de la sierra. Un buen ejemplo de este tipo de hombre es Andrés González, uno de los jefes del movimiento de Hugo Blanco en Chaupimayo. González nació en 1928 en Izcuchaca (provincia de Anta, entre Cuzco y La Convención). De niño trabajó en la hacienda Sullupuchyo, de la familia Luna, que, interesa apuntar, ha estado en permanente conflicto con la comunidad indígena vecina, en torno a tierras litigiosas. Se dice que fue azotado por haber desatendido al ganado y por dejar que fuesen robadas unas ovejas —habiendo pasado diez días encamado de resultas de ello, lo que revela un trato sumamente brutal—. Para vengarse —y el incidente también es significativo— penetró en la hacienda con armas «robando los títulos legales de propiedad» que luego quemó. Escapó entonces a la tierra de nadie de La Convención, donde se estableció en Chaupimayo (1946), sosteniendo una familia de cuatro, antes «de establecer contacto con los políticos».Hombres como éste —y en las regiones fronterizas de la cuenca del Amazonas hay unos cuantos, porque están lejos de los señores y del Estado—son los cuadros naturales de los movimientos campesinos.

II
El movimiento de La Convención, cuyos orígenes según vimos se remontan a los años 30 de nuestro siglo, renació al caer la dictadura de Odria en 1956. Parece que empezó, como cabe esperar, como rebelión contra Romainville, de Huadquiña, donde un sindicato se fundó o se volvió a establecer en 1957; y parece que la causa inmediata fue que los hombres se indignaron al ver que Matías Villavicencio (hermano de Leónidas Carpió, uno de los líderes de Chaupimayo) era azotado.González fue su primer secretario. Romainville fue acusado, además de otras hazañas, de haber usurpado tierras que no le pertenecían legalmente, del otro lado del río Yanacmayo, acusación que puede hacerse contra muchas haciendas. A contar de entonces se inició un estado virtual de guerra, abandonando su finca en manos de sus administradores. Desde entonces no ha podido regresar. No es imposible ni mucho menos que el descenso de los precios en el mercado mundial en esta época se debiese de algún modo al carácter más militante de la provincia. En 1958 existían ya varios sindicatos —en 1962 se calcula que la cifra de los sindicatos alcanza aproximadamente al 20 por ciento—, entre ellos Maranura, Huyro, Santa Rosa, Quellouno, y una Federación Campesina provincial se organizó contando con once sindicatos miembros.
Lo ocurrido entre 1958 y 1962 no está claro, por más que lo afectó directamente la crisis creciente de la economía del altiplano así como el hilo de la política nacional, tal y como llegaban sus repercusiones a los valles, pasando por el Cuzco. El movimiento parece haberse limitado a una agitación de índole sindical. Aunque el movimiento de ocupación de tierras se inició en 1961 espontáneamente en las provincias de Pasco y Huanuco (y aunque antes de poco se pusieron a su frente las organizaciones obreras), parece que hubo poco de esto en La Convención. Sin embargo, hacia finales de 1961 se constituyó una Federación Departamental de Campesinos y Comunidades del Cuzco, con 214 organizaciones afiliadas, y es de creer que las fricciones locales no cesaron: a finales del año 42, sindicatos de La Convención (se da la cifra de 30.000 miembros) estaban en huelga pidiendo la liberación de uno de sus jefes, detenido, y a principios de 1962 la Federación de Cuzco convocaba una conferencia de campesinos en QuíUabamba. Sin embargo, en el curso de 1961 parece que empezó una amplia huelga de arrendires, instigada por ellos mismos, y que logró dar pruebas de eficacia, ya que no faltan las alusiones a dificultades de cosechar el café, el cacao y la fruta. Algunas fuentes aseguran que los arrendires Üevaban «más de un año» en huelga. El gobierno hizo frente a este movimiento de grandes proporciones con la abolición formal de «las prestaciones gratuitas de compensación al usufructo de la tierra» en los valles de La Convención, Urubamba y Calca, por Decreto Supremo de 24 de abril de 1962. Esta victoria estimuló desde luego el movimiento hasta un punto increíble y las exigencias se hicieron más ambiciosas. Se formularon casi inmediatamente peticiones de expropiación (contra «justo precio») de las fincas de Romainville, y la consigna general pasó a ser la de que los campesinos ya habían comprado su tierra con el trabajo que llevaban realizado en ellas. Antes de poco se iniciaban las ocupaciones de tierras en masa. La hacienda Chaullay fue invadida ya en marzo de 1962, y los invasores se construyeron cabanas provisionales. En Lares, los hacendados denunciaron a primeros de abril la existencia de grupos armados que, según decían, se apoderaban de las tierras. En la provincia de Calca, 300 comuneros de Ipal expulsaron al hacendado Adriel Núñez del Prado y su familia de un fundo que, decían, había sido usurpado de una" comunidad por una decisión jurídica injusta, pero acciones comunales de este tipo no son corrientes en el área de La Convención, ya que son pocas las comunidades existentes allí. (Sin embargo, dos de ras cuatro que hay están afiliadas a la Federación.) En mayo, un grupo de Chaupimayo impidió que los empleados del hacendado Alcuzama cortasen madera para traviesas de la prolongación del ferrocarril, y en agosto los campesinos armados de Quellomayo y de Huacaypampa expulsaron a los leñadores de las tierras de la hacienda de Santa Rosa, asegurando que ya no pertenecían a los Romainville. A primeros de septiembre, los campesinos de la hacienda Chilca en Lares (propiedad de la señora Lola Ochoa, viuda de Sánchez) aseguraban que «estas tierras son nuestras». Y ya había empezado la gran ola de ocupaciones de tierras. (Es posible que lo último fuese también una tradicional disputa entre los comuneros y una finca colindante.)M A mediados de octubre se anunciaban afincamientos en 36 haciendas, por más que esto incluye litigios en otras partes de la región, mas en octubre mismo se reiteraron las ocasiones. Entre las haciendas ocupadas estaban Huadquiña, Pavallo, Paltaybamba, San Lorenzo, Pavayoc, Versalles, Echarate, Granja Misión.8" En Huadquiña los ocupantes mataron ceremonialmente dos o tres cabezas de ganado, y las asaron. La mayoría de las haciendas en Lares y Calca estaban, según se decía en la prensa, en manos de los campesinos, y la mayoría, si no todos, de los hacendados habían abandonado los valles o se apercibían para ello. El 20 de octubre la prensa anunciaba la publicación del texto de una Ley de Reforma Agraria.
La intensificación del movimiento en primavera de 1962 coincidió con la primera profunda división en su seno, que en términos generales puede caracterizarse como la que puso de un lado a los comunistas ortodoxos y de otro a los varios otros grupos de revolucionarios que los consideraban demasiado moderados y favorecían insurrecciones guerrilleras de índole castrista. En el momento culminante de la agitación, Luis de la Puente, líder del MIR, grupo revolucionario secesionista de APRA, apareció en Quillabamba en un mitin apoyado por 36 sindicatos, y luego pretendió hablar en calidad de delegado de las Federaciones Provinciales de Quillabamba y Lares.37 No hay prueba ni, dada la debilidad de APRA en esa región, probabilidad de que hubiese un liderato anterior del MIR allí. Los principales disidentes eran trotskistas a las órdenes de Hugo Blanco, joven intelectual que llegó a los valles procedente de Cuzco, de donde era oriundo, después de la oleada de organización campesina de 1958,38 trayéndose detrás un puñado de otros intelectuales, extranjeros algunos. No llamó la atención antes de la primavera de 1962, momento en que la prensa limeña empezó a convertirle en una suerte de Castro peruano, destacando sus relaciones con grupos de terroristas y profesionales de la insurrección que se formaban en otros lugares. (En este momento, Blanco negó ser un jefe guerrillero.) Su principal bastión estaba en Chaupimayo.
No cabe duda de que había en el movimiento alguna tensión: 32 de los 70 sindicatos existentes en abril exigieron la expulsión de Blanco del territorio de La Convención, señaladamente los sindicatos de Huyro, Pavayoc, Maranura, Uchumayo, Paltaybamba, Aranjuez. Entre los elementos políticamente conscientes en los valles y en Cuzco se fue creando una división entre grupos partidarios de Blanco y grupos enemigos suyos (identificados los últimos con el liderato del partido comunista oficial), por más que esas divergencias no afectaran mucho al campesinado ordinario ni aun a los miembros de base de las organizaciones políticas y campesinas. Desde luego, los partidarios de Blanco eran defensores de una política más radical y activista que los jefes de la vieja Federación, pero no está muy claro si de hecho tenían el plan, del que les acusaba la prensa conservadora, de organizar en La Convención una «zona liberada» apoyada en las guerrillas. No cabe duda de que se organizaron grupos armados, aunque incluso a finales de 1962 nadie en los valles pretendiese que fueran más que unidades de autodefensa. Es posible que Blanco tuviese pensada una revolución guerrillera, por más que después de su detención se le citó diciendo que Perú no estaba maduro para una guerra de ese estilo.41 La objeción de los moderados (según se manifiesta en la última censura que el FLN hizo de Blanco) tó era que esta política no tenía otra consecuencia que la de provocar la represión de las autoridades. Blanco y algunos de sus seguidores pasaron a la ilegalidad en la primavera de 1962 hasta que el 30 de mayo de 1963 fue capturado a veinte kilómetros de Quillabamba.
Es difícil determinar su efecto en el movimiento de La Convención. Es evidente que el éxito de la huelga de los arrendires en 1961-1962 (huelga sin objetivos revolucionarios visibles) era de por sí suficiente para ensanchar y radicalizar el movimiento campesino subsiguiente. Sin embargo es probable que la forma misma que adoptó el movimiento —la ocupación forzosa de tierras y la expulsión de sus propietarios, aunque no en general la de sus administradores— debía algo a la iniciativa trotskista, aunque las ocupaciones de tierras eran aceptables para las tácticas comunistas ortodoxas y tuvieron lugar en otras partes sin influencia trotskista o del MIR. La formación de unidades armadas (trátese de guerrillas o grupos de autodefensa) se debió casi con seguridad a la iniciativa de Blanco. Su importancia en La Convención no fue mucha, aunque «los rebeldes» eran objeto de crecida admiración, y dieron a los revolucionarios de otras partes del Perú buena publicidad romántica. En la medida en que cabe juzgar de ello, se limitaron fundamentalmente a operaciones defensivas, algún sabotaje e intentos de rescatar a los prisioneros, pero no es imposible que una o dos acciones fuesen ataques contra la policía, las comisarías y otros objetivos semejantes. De todas formas, esto es lo que creían las gentes locales. La detención de Blanco no produjo reacción local inmediata. Puede ser que la represión gubernamental sistemática hubiese llegado a crear un verdadero movimiento de guerrilla, pero el gobierno (especialmente después de la accesión al poder de la junta militar a mediados de 1962) se abstuvo de ello. En diciembre de 1962 la población local creía que los soldados enviados a La Convención (y nunca fueron más de unos doscientos) tenían órdenes de «mirar y callar». Parece claro que el gobierno había decidido que era inevitable algún tipo de reforma agraria en la zona y esperaba tranquilizar la población con concesiones unidas a una demostración de fuerza cuidadosamente calculada para mantener el orden público. De hecho, habida cuenta de la intensidad del descontento, de la naturaleza
del área y de los soldados y policías peruanos, las bajas que hubo en los valles fueron sorprendentes por lo reducidas: hubo muchos más muertos en las partes más elevadas de la región de Cuzco y en la capital misma, donde el descontento tenía un carácter algo distinto.
El movimiento llegó a su punto culminante en los últimos meses de 1962. En efecto, después de la ocupación general de tierras de La Convención, la victoria de los campesinos fue tácitamente aceptada por las autoridades, que ahora se concentraron en la persecución de los grupos armados de Blanco (que no gozaban en absoluto del apoyo general del movimiento organizado'), y en evitar que el movimiento campesino ganase terreno en el resto de la región, mucho más densamente poblado y en una situación harto más explosiva. Parece que hacia finales de 1962 el movimiento daba la impresión de que escaparía al control gubernamental, y en diciembre y enero hubo arrestos sistemáticos de líderes y militantes nacionales y locales (incluidos ochenta jefes de los 96 sindicatos de los valles), así como proclamaciones de estado de sitio, etc. Sin embargo, la promesa de una reforma agraria quedaba hecha y el general Osear Arteta, hablando en nombre del gobierno, sugirió específicamente que incluiría las fincas de Huadquiña, Echarate, Paltaybamba, Maranura y Chaullay, llegando incluso a insinuar dudas acerca de la legitimidad de los derechos de propiedad de sus dueños. Los hacendados locales consideraban desde luego la batalla perdida. Romainville anunció su cambio de táctica pidiendo al gobierno que le expropiase, es decir, que le pagase compensación por las tierras que ya tenía perdidas sin ella. El ministro de Agricultura recibió a los representantes de 45 sindicatos en Quillabamba, y el 5 de abril se proclamó el plan de expropiar 23 fincas en La Convención en beneficio de 14.000 campesinos.
Existe una diferencia natural entre un movimiento campesino antes de su victoria más importante y después de ella, por más que en la tensa atmósfera que sigue a la contienda —aunque antes de finalizar formalmente la guerra— esto no es siempre claro en el campo de batalla. La Convención siguió fermentando, pero los objetivos de la agitación ya no eran tanto las fincas como las prisas por que se cumpliese la reforma prometida, las modalidades de su aplicación, y especialmente la liberación de varios líderes y militantes detenidos, incluido (después de su arresto) Blanco. El gobierno sentía alguna simpatía por los dos primeros objetivos, porque se hallaba en la situación no del todo extraña para los gobiernos latinoamericanos que desean ganarse el apoyo popular mediante reformas ambiciosas, pero se encuentran con que la resistencia atrincherada de los intereses locales y nacionales les obligan a posponerlas y aguarlas. (El presidente Belaúnde se hallaba, desde luego, en minoría en el Congreso, frente a una oposición unida de APRA y de Odria. Los primeros 400 campesinos recibieron la tierra en julio de 1963: eran 1.545 hectáreas de la hacienda «El Potrero» de Luis González Willys —ni la finca ni el propietario habían descollado especialmente en grandes agitaciones—, y la crítica que inmediatamente —y acaso justificadamente— surgió fue la de que los campesinos no sindicados recibían un trato de prioridad en la distribución de la tierra. A finales de 1963 no se había hecho mucho más.
Por otra parte, el gobierno carecía desde luego de la intención de soltar a los líderes y militantes detenidos con anterioridad a lo que les correspondía —en esto su táctica difería de la política muy generosa de 1962—, la combinación del descontento económico y politice llevó a una huelga general en pro de la liberación de los presos de Cuzco y La Convención en diciembre de 1963 así como a disputas campesinas acerca de la hacienda expropiada «El Potrero». Sin embargo, el problema había dejado de ser exclusivo de La Convención. Fue desde entonces un problema nacional que siguió teniendo repercusiones en esa provincia militante.

III
Acaso no sea del todo inútil concluir con unas notas acerca del movimiento campesino de La Convención en su época de apogeo, y acerca de su más amplio significado.
En el momento culminante, según vimos, había unos 100 sindicatos de dimensiones muy variables. Todos ellos debían tener, por lo menos teóricamente, una junta directiva de unos 14 o 15 miembros y aunque a menudo se dejaba lugar para representación de las mujeres, la mayoría de ellas participaban en la actividad colectiva por mediación de sus maridos. Los miembros de los sindicatos fijaban ellos mismos las cuotas que habían de pagar, si es que cuotas había, ya que la pobreza hacía impracticable la cuota obligatoria. Se reunían cada quince días o cada mes, levantando el acta los que sabían escribir, hombres jóvenes en general, y cada uno de los sindicatos mandaba delegados regulares a una Asamblea de Delegados, los sábados por la noche, en Quillabamba. Reuniones masivas de hasta 20.000 personas tenían a veces lugar en la capital, cifra ésta muy notable si se tiene en cuenta el estado de las comunicaciones. En Chaupimayo, y quizás en otras partes también, el sindicato empezó por levantar una escuela para 80 alumnos de diversos pueblos, pagando al maestro (la suma de 900 soles), y tenía planeado traer la electricidad, financiándola con una contribución de 1.000 soles que pagaría cada una de las 200 familias de arrendires. También tenían planeado construir una carretera y poner en funcionamiento una cooperativa. No cabe duda de que el objeto de los sindicatos no terminaba en la mejora económica, prolongándose a la instrucción y la modernización. Está bastante claro que hubo un incremento de conciencia política, aunque puede que el campesino no se percatase del todo de qué se trataba con exactitud. Parece que algunos de ellos pensaban que Fidel Castro era un hombre que luchó contra los gamonales en otra provincia del Perú, y otros nunca habían oído hablar de él. Su sentimiento predominante era sin lugar a duda el odio hacia los hacendados y el empeño de no volver a someterse a sus torturas.
El debate de Hugo Blanco, acerca del papel del castrismo, etc., ha oscurecido la naturaleza del movimiento campesino. Para el campesino ordinario de La Convención, el problema de si la táctica de los sindicatos era revolucionaria o no lo era tenía poca importancia. Su revolución consistía en expulsar a los hacendados y en ocupar el campo, y esto lo lograron, por más que la presencia de soldados y policías y las amenazas de los ricos eran otros tantos avisos de lo precario de su victoria. Lo acontecido en el resto de Latinoamérica, en Lima, o aun en Cuzco, tenía una importancia inmediata muy inferior. En algunos casos (como en el del Chaupimayo de Blanco) tenemos pruebas de exaltación revolucionaria: no en vano se abolió la bebida,61 y se tenían asambleas diarias. Hablé con, por lo menos, un militante «evangélico», que explicaba la rebelión social en términos bíblicos («Cristo estaba con los campesinos, como puede verse cuando se leen las Escrituras») y aseguraba que había «muchos» como él. Fuera de estos casos —y sólo puedo hablar fundándome en una impresión parcial y acaso equivocada— el ambiente, en diciembre de 1962, parece haber sido más un ambiente de excitación que de exaltación.
¿Qué papel jugó la violencia en esta situación? Hubo poca, muy poca, si tenemos en cuenta lo que cabía esperar. Las ocupaciones de las haciendas eran ademanes simbólicos, seguidas en general del pronto abandono de las mismas. Y el mero hecho de que la matanza de dos o tres cabezas de ganado en Huadquiña llamase tanto la atención, es prueba adicional de la escasa destrucción que hubo. Se dijo que fue muerto un hacendado —antes de iniciarse el gran período de las ocupaciones de tierras —, hubo uno o dos casos de venganza, pero nada
de ataques generalizados contra terratenientes, gamonales o policías, ni aun al calor de la victoria.63 De hecho, si se tiene en cuenta lo ajenas al orden y a la justicia que eran las condiciones imperantes en estas regiones fronterizas, y si se recuerda la miserable condición de los campesinos, no menos que chocante resulta la ausencia de violencia.
Por último, ¿cuál es el significado del movimiento de La Convención? Es profundamente distinto dé los movimientos campesinos de las sierras de Cuzco o de otras partes de Perú. En el caso de éstos, se trataba comúnmente de movimientos de las comunidades indias que ocupaban las que consideraban tierras de común, y se hacían con derechos que pensaban suyos, y robados (las más veces se remitían a tiempos que ellos mismos recordaban) por señores feudales; tierras y derechos que el incremento de la población india y el deterioro de la: tierras de común hacían ca,da vez más esenciales para ellos Eran también protestas contra las exacciones feudales normales (como en Sicuani, donde el tema del litigio era el precio de la molienda). Tratábase al cabo de la afirmación de derechos humanos elementales, llevada a cabo por hombres que hasta entonces se habían considerado de todo desprovisto de derechos. (Resulta interesante observar que una de las primeras medidas del sindicato de 1a comunidad de Syu Mayu consistió en apalear a unos cuantos cuatreros conocidos que tenían la costumbre de robarles, y en recobrar 20 llamas, «tomándose», decían «la justicia por su mano El movimiento de La Convención era esencialmente c o m o vimos, un movimiento de nueva región fronteriza, rápidamente convertida, por colonos campesinos individualistas y con afán comercial en una economía de cultivos exclusivamente dedicados a la venta para la exportación pero donde los campesinos aludidos se encontraron uncidos a la rémora de una sobrestructura parasitaria de latifundios que les dejaba sin lo que ellos consideraban los frutos de su trabajo.
Hay otras regiones parecidas en las fronteras de la cuenca del Amazonas, en. Perú y en otros países, pero hoy por hoy sólo representan una ínfima minoría de la población rural de América del Sur, y por esta razón no puede decirse que sus Problemas sean típicos. Sin embargo, tienen interés por dos razones. Primero, porque patentizan el potencial político de las secciones no tradicionales, modemizadoras) del campesinado, incluida también la población campesina india de los Andes Y luego, porque muestran de modo palmario la relativa falta de iniciativa de las capas más _pobres y oprimidas los jornaleros sin tierras o minifundistas —cosa que también se ve en otras partes—. El que un movimiento así halle su expresión en una organización comunista es cosa debida, en este caso, a factores locales. Sin embargo, no es casual que haya demostrado ser receptivo al comunismo —como otros movimientos fronterizos similares en otras partes—. En sociedades como las latinoamericanas, el campesino carece de derechos, está oprimido y recibe de un modo permanente un trato infrahumano, por lo que todo movimiento que llega y le dice que es un ser humano y tiene derechos, ha de ejercer algún atractivo. El comunismo es un movimiento de esta clase, y en general el único que lo hace. Y de hecho los campesinos que han oído hablar de los comunistas alguna vez, cuando se les pregunta quiénes son, contestan que «hombres que reclaman sus derechos».
La ubicación geográfica de La Convención —unida por unas horas de tren a una zona importante y explosiva del Perú, y corazón del viejo Imperio inca a la vez que centro de la población india andina— ha contribuido desde luego a dar a sus movimientos mucha más resonancia de la corriente en agitaciones remotas en la frontera del Amazonas. Ha sido objeto de no poca divulgación, aunque de escaso estudio. Contribuyó, a no dudarlo, a la explosión de descontento campesino, obrero y estudiantil de Perú a fines de 1962. Pero hasta hoy, sus problemas son locales, y sólo indirectamente ayudan a comprender las otras agitaciones campesinas más típicas del continente sudamericano.


Eric Hobsbawm (un error administrativo alteró su apellido Obstbaum1 ) nació en 1917 en Alejandría, Egipto, y creció en Viena y Berlín. Sus padres fueron Leopold Percy Hobsbaum y Nelly Grün, ambos judíos. Aunque vivieron en países de habla alemana, sus padres continuaron hablándoles a él y a su hermana Nancy en inglés. Su padre murió en 1929 y posteriormente lo hizo su madre, por lo cual él y Nancy fueron adoptados por su tía materna Gretl Grün y por su tío paterno Sydney Hobsbaum, los que acabarían casándose y dando a luz a un hijo llamado Peter Hobsbaum. En 1933, la familia se traslada a vivir a Londres. Fue educado en el Prinz-Heinrich-Gymnasium en Berlín, en el St Marylebone Grammar School (ahora desparecido) y en el King's College, Cambridge, donde se doctoró en la Fabian Society. Formó parte de una sociedad secreta de la élite intelectual llamada los Apóstoles de Cambridge. Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió en el cuerpo de Ingenieros y el Royal Army Educational Corps. Casado en dos ocasiones, primero con Muriel Seaman en 1943 (se divorció en 1951) y luego con Marlene Schwarz. Con esta última tuvo dos hijos, Julia Hobsbawm y Andy Hobsbawm, y un hijo llamado Joshua de una relación anterior. En 1947, obtuvo una plaza de lector de Historia en el Birkbeck College, de la Universidad de Londres. Fue profesor visitante en Stanford en los años 60. En 1978 entró a formar parte de la Academia Británica. Se retiró en 1982, pero continuó como profesor visitante, durante algunos meses al año, en The New School for Social Research en Manhattan hasta 1997. Actualmente es profesor emérito del departamento de ciencias políticas de The New School for Social Research's. Habla inglés, alemán, francés, castellano e italiano y lee holandés, portugués, aragonés y catalán.

2 comentarios:

  1. Mis felicitaciones pesonales, como historiador y hermano de los pueblos del Perú, y también en nombre de mi movimiento, el MAPU, internacionalista y latinoamericanista.
    Por el blog en general y por este artículo en especial. Así se va poniendo de relieve la historia de nuestros pueblos, destacando el quehacer de los desposeídos hasta se salir en los textos escolares.
    Muy bien elegido el texto de Hobsbawm.
    Pero la historia es nuestra y la hacen los pueblos, como dijo Allende, y volveremos millones, como habría dicho Tupac Amaru.
    Un abrazo fraternal de Carlos Ruiz en nombre de Colectivos MAPU (http://mapuenlalucha.blogspot.com)
    mapusantiago@gmail.com

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  2. Mis felicitaciones pesonales, como historiador y hermano de los pueblos del Perú, y también en nombre de mi movimiento, el MAPU, internacionalista y latinoamericanista.
    Por el blog en general y por este artículo en especial. Muy bien elegido el texto de Hobsbawm.

    Así se va poniendo de relieve la historia de nuestros pueblos, destacando el quehacer de los desposeídos, cuyas gestas y nombres no suelen salir en los textos escolares.

    Pero la historia es nuestra y la hacen los pueblos, como dijo Allende, y volveremos millones, como habría dicho Tupac Amaru.
    Un abrazo fraternal de Carlos Ruiz en nombre de Colectivos MAPU (http://mapuenlalucha.blogspot.com)
    mapusantiago@gmail.com

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