jueves, 5 de agosto de 2010

MADRES DE LOCUTORIO: PERUANAS EN CHILE

Lucía Mariana Alvites S.
Socióloga peruana (Universidad San Marcos. Lima, Perú). Cursa el magíster de Género y Estudios Culturales de la Universidad de Chile. Miembro de la Secretaría Ciudadana de Migrantes en Chile.

I.- Introducción
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El problema es que ella es más mujer que madre,
hay que ser sobre todo madre después mujer.
(Gilda, 48 años, peruana viviendo en Chile)

Es claro que los procesos sociales globales no están exentos, ni son neutrales a las diferencias y desigualdades de género, todo lo contrario están atravesados por estos supuestos universales que nos han dividido a hombres y mujeres, en fuertes y débiles, en activos y sumisas, en lugares públicos y privados. Divisiones que han construido no sólo realidades posibles de hasta medir, sino un mundo simbólico donde la cultura de cientos de años pesa aún en los cuerpos de las mujeres no como armadura segura, sino como vulnerabilidad constante.

Sin embargo, como ya sabemos la realidad es mucho mas compleja de lo que a veces percibimos o imaginamos, y el sistema sexo género predominante en nuestras sociedades, que sitúa lo femenino como inferior a lo masculino, generando continuidades en estas jerarquías y poderes a veces imperceptibles, también ha generado resistencias, rebeldías y propuestas transgresoras desde la academia y la vida misma de las mujeres.

Rupturas y continuidades permanentes, posibles de observar en las mujeres inmigrantes peruanas en Chile, quienes llegan a este país y empiezan a trabajar principalmente en el ámbito doméstico lo que les permite mantener a sus hijos o hijas en el Perú, reproduciendo su rol de género en el trabajo, pero a su vez subvirtiendo el mandato de que es el hombre quien sustenta el hogar, convirtiéndose ellas en jefas de familia a la distancia, madres transterritoriales, de familias extendidas binacionalmente, con su carga de novedades y aprendizajes, desgarros emocionales y desarraigos, ampliación de autonomías de la voluntad, sujeción a las persistentes atribuciones de género.

Esta investigación pretender analizar, en base a los estudios de género y las Ciencias Sociales, los cambios y continuidades, las rebeldías y contradicciones que emergen de la vida de estas mujeres peruanas, y su relación con la familia, específicamente con los/as hijos/as que han dejado en el Perú. Para esto, hemos escogido uno de los lugares claves donde se expresa esa relación, donde se comunican esas continuidades, cambios, rebeldías y contradicciones. El locutorio.

Es justamente esto último, lo que nos lleva a titular este trabajo “Madres de locutorio. Migrantes peruanas en Chile: Entre la continuidad y la transgresión de los roles de género”.

Hemos decidido empezar nuestro trabajo con una caracterización general del sistema sexo género predominante que condiciona el comportamiento de las mujeres y tiende a asignarles roles y funciones, tanto familiares como laborales. Luego, seguimos con el contexto migratorio en Chile, específicamente de la migración femenina peruana, que en las últimas décadas ha despertado el interés de muchos/as investigadores/as. Pasos previos que permiten el análisis de las continuidades y las transgresiones que irrumpen en el sistema sexo género de las mujeres peruanas migrantes en Chile.

II.- Mujer: Construcción de siglos
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Al contrario de la naturalización con que se nos presenta en el sentido común el rol y función social de la mujer, en realidad éste es una construcción social histórica que ha sido reforzada no sólo desde las instituciones sociales y políticas fundantes de estas sociedades en las que vivimos, como son el Estado y la Iglesia, sino que también ha sido fundamentada por la misma ciencia.

Así las mujeres que somos hoy, o que ya felizmente en muchos casos no queremos ser, las que deseamos o las que podemos ser según las realidades que afrontamos, son el resultado de siglos donde la diferencia sexual biológica del hombre y la mujer ha sido erigida como una diferencia asimétrica, desigual, en la cual una de los pares es inferior al otro en lo social. Podríamos encontrar la raíz de esta construcción en los textos de Aristóteles y Platón que planteaban que la mujer era un hombre fallado o incompleto, por tanto inferior por naturaleza.[2] O acaso un poco después, en la misógina fábula del génesis judeocristiano, donde Eva, la mujer originaria, es literalmente apenas un apéndice de Adán, el hombre; más aún, todo lo negativo surge de ella, la mala intención, la pérdida y la culpa. Construcción que alcanza su culminación en el discurso de la modernidad, en la que una de sus expresiones más importantes será el psicoanálisis de Freud, en el que nuevamente, ahora desde una propuesta teórica patriarcal, se naturaliza en el terreno de la psiquis una supuesta inferioridad de la mujer, destinada a tres roles y funciones sociales: mujeres femeninas, son las madres al cuidado de otros; mujeres fálicas o masculinas, son las homosexuales o que desarrollan ciertas habilidades como ser profesionales; y las mujeres casi al margen de la sexualidad que son las monjas. Para Freud, el mejor destino para la mujer, el “natural”, es ser madre. Como lo explica Elisabeth Badinter: “Gracias al psicoanálisis, la madre ha de ser promovida como la “gran responsable” de la felicidad de su hijo. Misión terrible que termina de definir su función. Cierto que estas sucesivas responsabilidades que se hicieron recaer sobre ella marcharon aunadas con la promoción de la imagen de la madre.”[3]

Este sinónimo entre mujer y madre instalado en nuestro imaginario mental, internalizado en nosotras como mujeres, es quizás uno de los condicionantes más difíciles de romper en nuestra cultura. Lo podremos ver en el presente trabajo, donde mujeres migrantes han conquistado niveles de autonomía y libertad, impresionantes e irreversibles, en comparación a su trayectoria biográfica anterior, teniendo la posibilidad de construir una vida personal fuera de las ataduras sociales que casi siempre están representadas por las presiones del núcleo familiar. Sin embargo, no han podido superar esa identidad y rol de “madre abnegada” o “madre no mujer”, y sienten culpas profundas por vivir una vida personal lejos de sus hijos/as, reproduciendo muchas veces un imaginario de sacrificio y negación de sí mismas en beneficio de sus hijos/as y familia dejada atrás en el país de origen. Tampoco pueden dejar atrás la segmentación laboral en las tradicionales atribuciones de género, extensión precisamente de ese rol de madre. Así también para las mujeres migrantes la distancia con los/as hijos/as es mucho más dura de lo que experimentan los hombres que migran, como lo tratamos más adelante.

Como vemos, el peso de la inferioridad impuesto a las mujeres, data de hace siglos, y funciona como matriz de las percepciones en la historia, compartidas por el sentido común hegemónico[4], y hasta por algunos planteamientos científicos, todavía. La mujer está interiorizada como la antitesis del hombre desde lo negativo. Como lo explica la antropóloga Henrietta Moore: “Las diferencias entre hombres y mujeres pueden conceptualizarse como un conjunto de pares contrarios que evocan otra serie de nociones antagónicas. De esta manera, los hombres pueden asociarse con arriba, derecha, superior, cultura y fuerza, mientras que las mujeres se asocian con sus contrarios, abajo, izquierda, inferior, naturaleza y debilidad. Estas asociaciones no proceden de la naturaleza biológica o social de cada sexo, sino que son una construcción social, apuntalada por las actividades sociales que determina y por las que es determinada.[5]

Una de las expresiones concretas y prácticas en la vida cotidiana de este sistema sexo género, es en el ámbito de la división sexual del trabajo. La cual tendrá claras condicionantes y determinantes en la vida de las migrantes materia del estudio, a través de dos grandes dinámicas. La primera, es el rol e identidad de la mujer como madre, especialmente en América Latina donde es generalizado el fenómeno de “madre sola”, es decir, donde las mujeres, madres, abuelas, tías, etc. son las que por lo común se hacen cargo del cuidado de los hijos/as y sostienen económica y simbólicamente las familias, ante padres más o menos ausentes. En segundo lugar, porque dicha atribución de rol e identidad se extiende al específico ámbito laboral, segmentando las oportunidades de inserción laboral de las mujeres en campos de trabajo donde reproducen estos roles e identidades: trabajadoras domésticas, cuidadoras de niñas, cuidadoras de enfermos, servicios de aseo, de preparación de comidas (incluso sexuales), etc. De tal manera que aparecen segregadas y encasilladas en estos nichos laborales que además están asociados a bajas remuneraciones, malas condiciones de trabajo y poco prestigio social.

Más aún, en el caso de las migrantes peruanas en Chile, esta segmentación y segregación entronca con solapadas pero no por eso menos determinantes discriminaciones racistas y xenófobas, que encuentran incluso condicionantes de vulnerabilidad en la propia normativa legal, especialmente a través de la llamada “visa sujeto a contrato”, lo cual desarrollaremos más adelante.

Sin embargo, esta historia predominante, instalada en nuestras mentes y cuerpos como un dispositivo de comportamiento muchas veces inconsciente, ha tenido su contrapeso, su subversión, muchas veces ignorado, otras tantas ocultado y silenciado. Nos referimos a la lucha de las mujeres por sus derechos, y su participación decisiva en procesos emancipadores y democratizadores de sociedades subyugadas. Se trata de un permanente movimiento de resistencia y subversión que va desde Micaela Bastidas, lidereza indígena anticolonial, hasta los actuales Vasos de Leche y Ollas Comunes organizaciones de mujeres en todo el Perú, incluyendo a las liderezas cocaleras y recientes parlamentarias peruanas. Y que en Chile va de las líderes Mapuche Janequeo y Guacolda hasta la primera Presidenta de la República Michelle Bachelet. Sin embargo, todavía no es una corriente predominante y los avances se logran contra grandes obstáculos e incomprensiones.

En 1949 Simone de Beauvoir escribirá en El segundo sexo: No se nace mujer: llega una a serlo, sintetizando en esa frase toda la construcción social que hemos descrito anteriormente. Décadas más tarde la antropóloga feminista Gayle Rubin acuñará el concepto de género como una categoría de análisis del paradigma feminista, que se refiere a la existencia de una normatividad femenina y masculina que se construye a partir de la diferencia sexual de hombres y mujeres.[6] Lo que devino en la formación del campo intelectual de estudios sobre la mujer y los estudios de género, que dotaron a la Ciencias Sociales de otra perspectiva. Particularmente en América Latina esta proliferación de estudios de género se dio a la par de la entrada masiva de mujeres al mercado laboral y de la participación decisiva en movimientos sociales, políticos y profesionales.

III.- Peruanas migrantes: De acompañantes a protagonistas de futuros
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Aunque la migración internacional, entendida como el traslado de personas de un país a otro con la intención de residir en él, ha sido virtualmente permanente en la historia humana, la inusitada relevancia con que se presenta en el contexto actual, lleva a calificarla como un fenómeno emergente. La magnitud de migrantes internacionales en el mundo se ha triplicado desde los 75 millones en el año 1965 hasta superar los 215 millones en la actualidad. De ellos, más de 50 millones se encuentran en las Américas. Conjuntamente, ha aumentado el número de países emisores, de tránsito y receptores (muchos de triple carácter, como Chile), haciendo más masivo el fenómeno y afectando virtualmente a todo el planeta.

La creciente y visible desigualdad del desarrollo mundial al interior de los países y entre países, su enormidad, persistencia y notoriedad, al tiempo que la disponibilidad y acceso a los medios tecnológicos comunicacionales para saber de, y trasladarse al lugar donde la aspiración de vivir, sobrevivir o mejorar la calidad de vida puede realizarse, hacen compulsiva la migración mundial actual para millones de personas, apareciendo crecientemente como el fenómeno poblacional y demográfico que genera los mayores impactos sociales y concentra la mayor atención y preocupación, involucrando a cada vez más personas y sociedades. Ello ha llevado a algunos autores a nominar el siglo XXI como el “siglo de las migraciones”.

Las múltiples dimensiones sociales de las migraciones: Derechos Humanos, refugiados y desplazados, trata y tráfico, familia, remesas, mercados del trabajo, relaciones de género, interculturales, transformaciones de la ciudadanía, articulación con el desarrollo, así como sus interacciones con los complejos y vertiginosos procesos de globalización e integración regional en marcha, explican su presencia en la agenda de gobiernos, organismos internacionales, entidades de la sociedad civil y toda clase de actores sociales.

Chile ha sido considerado un nuevo destino migratorio intra regional, recibiendo desde hace alrededor de una década una “nueva” inmigración de carácter regional, especialmente vecinal. Aunque ésta encuentra antecedentes muy atrás en la historia, razones de índole simbólica, referidas a un marcado eurocéntrismo cultural, impusieron la invisibilización y subvaloración de la histórica inmigración vecinal, a pesar de ser en todo momento más numerosa que la extra-regional y de que ella se funde en el origen mismo de las naciones independientes suramericanas, generando una tradición permanente de importantes solidaridades regionales, en los ámbitos populares, intelectuales y políticos.

De acuerdo a los datos de Extranjería del Ministerio del Interior se estima que en el 2009 la magnitud de migrantes en Chile es de 352.344, la mayor de toda su historia. La población peruana es la más numerosa con un 37.1% (130.859). Se trata en su mayoría de personas en edad laboral y reproductiva y con motivación de inserción laboral. El 70% reside en la ciudad de Santiago. La mayoría son mujeres; para el censo del 2002, el 57% de esta población era femenina, reflejando un fenómeno creciente a escala mundial que ha sido denominado “la feminización de las migraciones”.

Existe una creciente feminización de la migración internacional (49% mujeres migrantes en el mundo), y también en América Latina, motivada por diversos factores, entre los que se puede mencionar, las dificultades para la absorción laboral en sus países de origen, la sobrecarga de trabajo, la pobreza, las redes internacionales de migrantes, avances en las telecomunicaciones, y conflictos armados o persecuciones políticas; a los que se suma, la presión familiar, la violencia intrafamiliar, el abuso sexual, usos y costumbres que subordinan a la mujer al hogar, y desplazamiento forzoso de víctimas de trata.

Las consecuencias de una migración femenina es diferente a la masculina, por un lado la migración con un mayor componente masculino puede generar alteraciones en la estructura familiar, por ejemplo en el número de hijos, o favoreciendo en algunos casos un mayor control de las mujeres respecto a su vida. Cuando la mujer emigra, afronta el costo de dejar a sus hijos al cuidado de terceros, o a las y los hermanos mayores al cuidado de los menores, afectando el desarrollo y estabilidad emocional de estos, también representa para ella, mayor independencia y respeto en su rol de proveedora.

El flujo migratorio de peruanas y peruanos hacia Chile, es motivado por considerarse que la economía chilena es más desarrollada que la peruana, y se facilita por la vecindad geográfica, los menores costos, la proximidad cultural y el idioma común. En este contexto, la migración femenina es utilizada como estrategia económica para las familias pobres. Las mujeres tienen más posibilidad de conseguir visa, puesto que la legislación chilena obliga a las y los empleadores de trabajadoras del hogar a realizar un contrato. Los empleos disponibles para los varones son más inestables y no siempre existe contrato.

Cabe mencionar, que las condiciones de migración son sumamente precarias en la mayoría de los casos, especialmente para las mujeres. Tanto en el trayecto como en el país de acogida, se dan diversas situaciones que ponen en riesgo la integridad física de aquellas personas que se trasladan sin la documentación adecuada (estimada entre un 12% y ­15% del total de migrantes), afrontando persecución policial, la posibilidad de ser deportadas, de ser víctimas de trata y por lo tanto caer en la prostitución forzada, formar parejas de tránsito en búsqueda de protección, entre otras. La condición de las y los migrantes legales no es mucho más feliz, debido a que las imágenes que se proyectan en la sociedad chilena es que en su mayoría son irregulares, estigmatizados con el equívoco nombre de “ilegales”, de escasos recursos, de rasgos de pueblos originarios asociados a imaginarios de “atraso”, y hasta se les culpabiliza de los índices de cesantía que pudieran afectar al país.

El mercado laboral que se ofrece en Chile a las peruanas migrantes, aún cuando acreditan trabajo anterior como empleadas de oficina (15%), técnicas (11 %) o profesionales (9%), es en su mayoría para trabajos de escasa calificación y atribuciones de género según la predominante y discriminatoria división sexual del trabajo, como servicio doméstico, de aseo, de cuidado de niños o personas mayores, auxiliar de médicos (90% de solicitudes de visas en estos rubros, según datos de Extranjería de Chile del año 2003). Sus remuneraciones son menores a las de sus pares hombres.

La mayoría de migrantes aceptan realizar un trabajo doméstico al evaluar que tiene algunas ventajas: mayor posibilidad de ahorro puesto que no pagan alojamiento ni alimentación, relativa seguridad y estabilidad de empleo, un sueldo mayor que el recibido en Perú por trabajo similar, no requiere calificación previa, y en algunos casos no requiere acreditación. Las familias chilenas consideran -por su parte- que es una buena alternativa contratar a una peruana para este servicio por la disminución de oferta chilena (sur del país) y porque ofrece mayores condiciones objetivas de control y flexibilidad laboral a favor de los empleadores, dado que las migrantes peruanas por lo general están solas en la ciudad donde trabajan, sin familia y con pocas personas conocidas. Incluso la posibilidad de coerciones y abusos extra económicos, amparadas en la denominada “visa sujeta a contrato”, una de las mayoritarias en la actualidad. Fundamentalmente, condiciona la regularidad migratoria a un contrato de trabajo vigente, en circunstancias que hoy predominan los trabajos temporales, a tiempo parcial y otras formas que no originan un contrato de trabajo de ese tipo. Además, ello hace que el permiso de residencia caduque cada vez que el trabajador es despedido (a pesar de que ahora una reforma permite un lapso de 2 meses entre ese despido y un nuevo contrato). Lo cual, no sólo se presta para abusos del empleador que cuenta con un elemento de presión extra económico frente a la trabajadora inmigrante, curiosa situación en que un particular puede de hecho definir la situación documentaria de ella, sino que tiende a volver cíclica la irregularidad, o al menos a hacer permanente la inseguridad y precariedad documentaria, en una suerte de círculo vicioso. Alimentando además, objetivamente, el mercado de tráfico ilegal de “contratos de trabajo falsos”, así como de otras formas de documentación falsa, tráfico de influencias, corrupción y estafas a las inmigrantes.

Las mujeres indocumentadas o irregulares son las más vulnerables, ya que deben aceptar condiciones laborales abusivas y tienen imposibilidad absoluta de acceder a servicios de salud, beneficios de la seguridad social, poca capacidad de reclamo, un alto grado de subordinación al patrón. Por lo general las migrantes desconocen sus derechos y las instituciones de apoyo a las que podrían acudir por ayuda, así mismo, están expuestas a ser víctimas de trata, trabajo forzoso, venta de órganos, enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, abortos forzosos y otros riesgos.

Todas estas específicas situaciones y condicionantes acarrean también un extendido problema de afecciones emocionales y sicológicas que sobre la base de las estructuras inequitativas de género en lo familiar y laboral, y del desarraigo migratorio, afectan gravemente a muchas mujeres inmigrantes, poniéndolas en situación de riesgo frente a la violencia intrafamiliar y el consumo dañino de alcohol o drogas, los cuales deterioran aún más su calidad de vida y posibilidades de desarrollo y sana inserción social.

Complementariamente, sin embargo, la migración es también potencialmente una puerta abierta a las posibilidades de mejores futuros, anhelados y buscados por estas mujeres, ya no como “acompañantes” del hombre, como ocurría en épocas anteriores, sino como protagonistas, muchas veces solas, de esta construcción de su propia biografía en otro espacio territorial distinto al de origen. Cada vez es más evidente, la participación de las mujeres migrantes en las sociedades de acogida, donde fortalecen su autonomía, siendo valoradas por el aporte que significan para sus familias, constituyéndose en las principales proveedoras de éstas por los flujos de remesas que envían, los mismos que también contribuyen a dinamizar la economía de sus comunidades. Por lo general, a su regreso, colocan sus ahorros en actividades productivas generadoras de empleo. Según estimaciones oficiales, el año 2008 las remesas al Perú alcanzaron los 2.437 millones de dólares. Chile aparece como el cuarto país, en porcentaje de magnitud de montos, desde donde se envían remesas al Perú.[7]

Es importante mencionar, que las organizaciones femeninas en América Latina, se están movilizando para la protección, denuncia y promoción de los derechos humanos de las mujeres migrantes. Por su parte las Naciones Unidas, ha aprobado numerosos instrumentos de reivindicación de sus derechos e insta a los Estados a ratificarlos y aplicarlos, el más importante de ellos la “Convención Internacional para la Protección de los Derechos Humanos de todos los trabajadores migratorios y sus familiares”, en vigor desde el año 2003.

IV.- Madres de Locutorio
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Más allá de las remesas y las visitas esporádicas al Perú, el principal vínculo de las madres extendidas o “trasnacionales”, en este caso binacionales, es la comunicación por Internet y, sobre todo, telefónica. La cual ofrece la posibilidad de interacción instantánea, oyendo la voz de los familiares, sintiendo sus entonaciones y ánimos; es de bajo costo, al punto que las compañías telefónicas han desarrollado toda una oferta explícitamente destinada a atraer este mercado inmigrante en Chile; aunque hay otros soportes técnico comunicacionales, la conversación telefónica continúa siendo la mayoritaria, pues resulta más sencilla para mujeres que en muchos casos desconocen el manejo de Internet o no tienen acceso tan amplio a computadores como sí al teléfono.

Se trata de lo que aquí denominamos “madres de locutorio”. En razón de que por lo común se trata de locales especializados en ofrecer el servicio telefónico a inmigrantes, a través de cabinas individuales estrechas, con espacio para una persona, que cuentan con un teléfono y un contador de tiempo de la llamada: son los locutorios. Cubículos de paneles livianos de madera y vidrio donde estas mujeres ejercen periódicamente, casi siempre los fines de semana, su rol y función de madres, sostenedoras de hogares y familias a la distancia. Estrechos espacios donde se juega el cruce de las construcciones de género, tanto familiar como laboral, de estas mujeres, con los nuevos fenómenos migratorios intraregionales. Cajas de resonancia de la subjetividad femenina tensionada entre las continuidades del sistema sexo género predominante y las rupturas y contradicciones del mismo. El locutorio aparece así como el lugar privilegiado donde recoger, registrar e interpretar las huellas de estas maternidades emergentes y desafiantes, tanto para sus propias biografías como para los estudios sociales.

Hemos acotado nuestra investigación a un específico espacio territorial, representativo y emblemático de estos fenómenos materia del estudio, los locales comerciales dedicados al servicio de locutorios de llamadas en calle Catedral a la altura del 1000, entre las calles Puente y Bandera. Que forma parte principal de un área alrededor de la Plaza de Armas de Santiago, particularmente al norponiente, a partir de calle Catedral, conocida como “la pequeña Lima”, el cual constituye un activo nicho de mercado para múltiples locales comerciales de diferentes bienes y servicios, entre ellos muy señaladamente locales de llamadas telefónicas, especialmente demandados por un mercado de consumidores que, según estimaciones de los propios prestadores, alcanza a un total de alrededor de 15.000 usuarios diarios en promedio, incluyendo inmigrantes de todas las nacionalidades y chilenos, con el consiguiente aporte en la generación de empleos, impuestos y dinamismo económico para la zona.

En la calle descrita funcionan actualmente un total de nueve locales de locutorios de llamadas telefónicas, con un total de 95 cabinas telefónicas, que funcionan de lunes a domingo desde las 8:30 de la mañana hasta las 10 de la noche, algunos quedándose hasta la media noche, si cuentan todavía con clientes. El promedio de usuarios por día en cada locutorio es de 200, un total cercano a los 1.800 usuarios diarios en los nueve locutorios, según estimaciones de las trabajadoras que administran y atienden estos locales, concentrándose las mayores cantidades los días sábados y domingos (alrededor de 400 diarias estimadas). Según las mismas estimaciones, de este promedio general, alrededor de 7 de cada 10 son peruanos, y de éstos 7 de cada 10 son mujeres. De ellas, al menos más de la mitad son madres, ya sea con hijos en Perú, en Chile o en los dos países simultáneamente.

Allí, por un período de tres meses, realizamos una observación en terreno, registrando 12 entrevistas con madres peruanas de locutorio y 9 con trabajadoras que administran y atienden estos 9 locales materia del estudio.

Continuidades del sistema sexo género

“Hay una señora que siempre viene, la primera vez yo me quedé asombrada, porque hablaba por la cabina y a cada ratito salía y me preguntaba cosas de lenguaje, yo sólo le decía lo que me acordaba, luego me contó que le estaba ayudando a hacer la tarea a su hijita… a veces que viene la sigo ayudando... (se ríe)” (Pilar, 27 años, peruana trabajadora de locutorio hace tres años, cuatro años viviendo en Chile).

El relato aportado por Pilar es significativo en extremo para mostrar la transnacionalidad de la función maternal ejercida a través del locutorio. La madre que ayuda en detalles con la tarea escolar a su hija a través del cubículo. Es decir, que no sólo ha debido trasladarse lejos a otro país para seguramente pagar esa escolaridad, el sostenimiento de la hija, sino que además se da tiempo para ejercer una interacción en tiempo real y cotidiana con la niña. Es la continuidad de la división sexual del trabajo ahora a escala transnacional.

Y es también ese Cuerpo a cuerpo con la madre, que habla Luce Irigaray en debate con el psicoanálisis de Freud, ese vínculo inicialmente umbilical, que no se rompe después, y que en el caso especifico de las madres peruanas migrantes en Chile sustenta significativamente su persistencia vía llamada telefónica.

Sin embargo, el mismo medio por el cual se logra la cercanía del ejercicio cotidiano del amor a los/as hijos/as puede ser también una calle de dos vías no siempre agradables, un cuchillo de doble filo que puede traer los dolores más intensos desde la distancia, el costo de la pérdida de vínculos, el golpe de la impotencia de lejanía.

“Salen de la cabina y te cuentan sus experiencias, algunas salen llorando porque se quieren traer a los hijos porque se enteran que allá la hermana con quien los dejan les pega, los trata mal… Otras lloran porque por teléfono se enteran que el marido ya está con otra, y ellas qué van hacer, nada pues, si están aquí, lloran bastante…” (Vicky, 32 años, peruana trabajadora de locutorio hace cinco meses, dos años viviendo en Chile).

“Nunca me olvidaré de una señora que le dio un shock, casi se desmaya la señora, porque se había muerto su hijo, imagínate, ahí ni modo pues que le cobre por la llamada, como le voy a cobrar...” (Rosario, 39 años, peruana trabajadora de locutorio hace un año, ocho años viviendo en Chile).

La migración misma, en tanto separación física de la madre con los/as hijos/as, a pesar de estas dinámicas extremas de sostenimiento de vínculos, impone un costo psicológico emocional enorme para ambos, madre e hijos/as. El cual viene a agregarse, en el caso de la madre migrante con los obstáculos, sacrificios, incomprensiones y discriminaciones que debe afrontar en el nuevo país.

“Vine hace cinco años, pero tuve una mala experiencia trabajando en una casa, y me regresé, yo quería quedarme, trabajé allá de secretaria pero no me alcanzaba la plata, no podía ahorrar nada, así que me volví para acá no más hace ya como dos años, ahí ya no me vine sola, me vine con mi pareja, ahí quedé embarazada, yo estaba ilusionada, quería tener a mi hijito, con una plata que había ganado me fui a la consulta, y ahí el médico me trató mal, me preguntó que cuánto tiempo tenía yo acá en Chile, yo le dije que como un año, y me dijo para eso no más vienen ustedes para embarazarse, yo me sentí mal nunca más regresé a ese consultorio” (Gabriela, 28 años, peruana viviendo en Chile interrumpidamente siete años, con un hijo en Chile)

Peor aún cuando además de todo ello, se agrega todavía el fracaso escolar o el resentimientos de los/as hijos/as hacia la madre. Que en algunos casos implica la frustración del intento por reunificar a la familia y la decepción de ver partir nuevamente a los/as hijos/as.

“La mayoría de madres con hijos allá son jóvenes y también tienen hijos acá, y tú las ves salir del locutorio llorando, porque los hijos les fallan, se portan mal...” (Pilar, 27 años, peruana trabajadora de locutorio hace tres años, cuatro años viviendo en Chile).

“Hay muchas que se regresan o que quieren regresarse, una me contaba que iba a regresarse porque su hijito menor ya no quería contestarle el teléfono, ella me decía que no quería que de ahí le saquen en cara que no les dio cariño, me daba pena, ella lloraba cuando su hijito no le contestaba el teléfono…” (María Eugenia, 36 años, peruana trabajadora de locutorio por temporadas hace dos años, ocho años viviendo en Chile).

“Hay madres que traen a sus hijos y pasan por muchos problemas porque los niños sufren mucho acá, no se acostumbran porque los niños acá son muy violentos…” (Liseth, 29 años, peruana trabajadora de locutorio hace dos años, cinco años viviendo en Chile)

“Cuando recién vine fue fuerte, yo nunca me había separado de mis hijos, quería regresarme, pero había que aperrar no más, hasta que poco a poco te vas acostumbrando… Después me traje a mi hijo y quedé plop, me resultó muy problemático haberlo traído, y tuve que regresarlo, y sé que muchas mujeres han regresado también a sus hijos, es por el trabajo, acá es más duro, y los chicos no se acostumbran y una no los puede vigilar todo el tiempo… Ese es mi hijo que más me preocupa porque está en la edad de salir a fiestas, entonces yo paro pensando con quién se juntará, a dónde saldrá…” (Iris, 38 años, peruana seis años viviendo en Chile con tres hijos en Perú).

Las continuidades del sistema sexo género aparecen recreadas pero con particulares características impuestas por la distancia y los costos psicológico emocionales de la migración. Se trata de mujeres que han asumido su rol y función materna, incluso redobladamente con sentimientos de culpa por el “abandono”, así es como se les aparece la migración. Y que se ven en la tensión y a veces el desgarro de priorizar cumplir dicho rol como proveedoras materiales, a través de la migración laboral, o estando al lado de sus hijos/as para evitar quiebres o daños graves.

“Yo vengo trabajando en casa dos años, tuve buena suerte me tocó una buena señora, porque hay unas historias!… lo que más me pesaba era la soledad, me complicaba mucho, paraba metida en la casa, en mi cuarto sola, lloraba, pero no tenía de otra… Mi mayor angustia era mi hijo menor, que cuando llamaba los domingos nunca estaba, mi mamá y sus hermanos que ya son grandes me contaban que no quería estudiar, que se había enamorado de una chica un poco mayor que él y paraba con ella, no quería nada con el estudio, y yo sacándome la mugre para que él estudiara algo allá... Me acuerdo tenía ya un año y medio trabajando en la casa con la señora, mis papeles estaban bien, había ahorrado, con miedo le pedí permiso para viajar una semana a Perú, me moría de miedo con la señora, que me dijera que no, que crea que soy conchuda (confianzuda) y me botara (echara), le conté todo que estaba desesperada que quería ir a arreglar las cosas con mi hijo, y ella me dio permiso, así que viajé pues, todos esos días hablándole, me puse fuerte, lo acompañé a que viera un instituto para que estudiara todo, ya tiene meses estudiando, ya estoy más tranquila…” (Pamela, 42 años, peruana tres años viviendo en Chile, con tres hijos en el Perú)

En los discursos aparece muy generalizada la internalización de la imagen de la mujer como abnegación y sacrificio, como negación de sí misma en función de otros, los/as hijos/as, la familia. La aceptación de condiciones laborales de sobre explotación o abusivas, que incluso encuentran base en la normativa legal de la “visa sujeta a contrata”, antes referida; de viviendas caracterizadas por el hacinamiento y el riesgo sanitario; de mala alimentación y descuido de la salud; de ausencia de recreación o limitada a la ingesta excesiva de alcohol el fin de semana; etc., son todas formas en que muchas de estas mujeres llevan al extremo su función de madres proveedoras, con el fin de mantener una fuente laboral de ingresos y de ahorrar el máximo de ellos para enviarlo a sus hijos/as y familiares.

“A mí algunas amigas que ya tengo acá, con una prima, me dicen para salir, no te voy a mentir alguna vez he salido, pero no me gusta mucho, una viene a trabajar, yo salgo y pienso en mi hijita, en que ella sufre porque yo estoy lejos, imagínate yo me voy a divertir…” (Jenny, 30 años, peruana ocho meses viviendo en Chile, con una hija en el Perú)

“Sí pues, señorita, ¿cómo no me voy a aburrir?, pero qué voy a hacer, no me queda de otra, ¿cómo mando el dinero para mis hijos? Mi hermana cada vez que llamo me dice que ya no alcanza, que allá todo sube, que el dólar ha bajado… yo que más quisiera que volver con ellos, pero qué saco pensando en eso si allá no hay nada, dónde trabajar… (llora) Me quedó sola los domingos, los señores de la casa salen, los niños salen, y yo me quedo en mi cuarto viendo tele… ya el otro domingo iré a mandar dinero y ahí los llamo…” (Vilma, 43 años, peruana dos años viviendo en Chile, con dos hijos en el Perú)

Es la agudización de la inequidad estructural general de la sociedad hacia el género femenino, en cruce con la migración laboral de los pobres. La cara más sombría de los nuevos fenómenos globalizadores.

Más allá de las fronteras del sistema sexo género

Para Elisabeth Badinter: “La madre en el sentido corriente del término, es un personaje relativo y tri-dimensional. Relativo porque no se concibe sino en relación con el padre y el hijo. Tri-dimensional porque además de esa relación doble la madre es también una mujer, esto es, un ser específico dotado de aspiraciones propias, que a menudo no tienen nada que ver con las de su marido ni con los deseos del niño.”[8]

Este ser “tri-dimensional” se confirma en la experiencia de las mujeres que estamos analizando, pues en la mayoría de los casos son madres solas, que no mantienen vínculos estrechos con los padres de sus hijos/as, y cuya motivación migracional son aquellas aspiraciones propias de las que nos habla la autora. Podría incluso decirse que esa tridimensionalidad, no sólo se confirma sino que adquiere extensión transnacional.

Es evidente que la migración de estas mujeres no es sólo continuidad del sistema sexo género. En diversas y complejas formas involucra también incontestables grados de autonomía y emancipación, de subversión incluso de los roles y funciones asignados por éste. La experiencia migratoria, cuando las afecta gravemente, las fortalece y les otorga confianza, especialmente frente al machismo que se pretende superior y las capacidades de decisión sobre sus vidas que transgreden las sanciones sociales machistas.

“Mira, a mí, ya no me vienen con cuentos, ha. Fíjate, la pareja que tengo ahora, estamos bien ya, para qué, él es bueno conmigo, pero machista como todos los hombres se da aires, pues, delante de los amigos… el otro día salimos y dijo en broma que a lo mejor se iba a Brasil, el país de las garotas y no sé qué y no sé cuánto, y todos en la mesa riéndose. Bueno, pues, le dije, me avisas no más para arreglar mi agenda, ha. Si es una broma, mi amor, me dijo. Ha no, si tú te vas, yo me quedaré llorando y tejiendo esperándote, le dije y ahí no más todos se pararon de reír bien sorprendidos”. (Ana María, 29 años, peruana tres años viviendo en Chile, con una hija en Perú)

“Lo que yo decido hacer lo hago, así me vaya mal, ya es mi decisión, ahora no soy dependiente de nadie, y así estoy aquí, yo decidí sola venirme, a pesar de lo que me decían mis padres que cómo iba a dejar a mis hijos, me vine no más, de acá puedo darles más que estando allá, ahora ellos están mejor…” (Andrea, 37 años, peruana cuatro años viviendo en Chile, con tres hijos/as en Perú)

“Acá las mujeres se sienten más independientes porque salen a carretear y allá no pueden porque se ve mal, acá se mandan solas no más” (Diana, 38 años, peruana tres años viviendo en Chile, con dos hijos en el Perú)

El rol de proveedora, en magnitudes que comparativamente son significativos en su país de origen, les entrega un objetivo estatus y una situación de poder en la estructura familiar.

“Yo decido si mi hija sale o no, oye, imagínate, si me saco el ancho (me sacrifico al máximo) acá, no me va a venir con cosas… la otra vez, tiene quince ella, que quería salir y salir no más, yo le dije a mi hermana, pásamela, y en diez minutos oye le hice ver… ya, mamá, sí, mamá, y no salió pues. Ahora me pide permiso con anticipación, claro pues, si le dije bien claro, ¿quieres salir?, ya pues, nada más olvídate de tu propina (mesada) y del polo (polerón) nuevo, y no sé qué más, ha…” (Cristina, 40 años, peruana un año viviendo en Chile, con una hija en el Perú)

Sin embargo, existen riesgos, sobre todo, cuando la superación de las tutelas sociales tradicionales dejadas atrás y los espacios de autonomía ganados con la migración se confunden con los costos emocionales de la migración y se resuelven en formas extremas que pueden implicar nuevas vulnerabilidades.

“Acá hay muchas peruanas, algunas son trabajadoras, buenas, trabajan duro por su familia… y otras me dan pena las veo ebrias por las calles, como te digo no todas ¿no? pero algunas sí, los fines de semana las ves, y dejan mal a las peruanas pues, porque uno sale para mejorar no para empeorar, no va a venir acá y dejar la embarrada…” (Jesica, 33 años, peruana cuatro años viviendo en Chile, con un hijo en el Perú)

Incluso de llevar a un circulo paradojal, en que la autonomía ganada, ejercida de manera incontrolada, termina llevando de nuevo a las tradicionales limitantes del sistema sexo género.

“Me choca que acá las chicas vivan su vida tan rápido, tan tiernitas y ya están con los hijos, o sea no terminan de ser hijas y ya son madre, tú me entiendes ¿no?, no hay mucha vigilancia de los padres…y ya se jodieron sus posibilidades de estudiar, de vivir antes de tener que cargar con un crío…” (Zoila, 41 años, peruana cuatro años viviendo en Chile, con tres hijos en Perú)

“Hay muchos casos, había una chica que tenía su hijito en Perú, y acá trabajaba en casa y no le gustó, era joven ella, y se buscó otro trabajo, y no tenía sus papeles en orden… y ahí se enamoró y se embarazó de un colombiano, y ella aquí irregular y no la podían atender porque no tenía ni un documento, y su pareja tampoco tenía papeles…” (Paola, peruana trabajadora de locutorio hace un año, un año viviendo en Chile).

Las propias características sociales vulnerables de muchas de ellas producen fenómenos motivacionales inéditos donde se conjugan ambiguamente los grados de ruptura y continuidad con el sistema sexo género.

“Ahora como dan el bono por hijo que es como 30 mil pesos, muchas se embarazan, tienen hasta dos hijos para cobrar el bono… yo no sé cómo hacen, cómo se las arreglan, yo a las justas tengo una niña y ya ahí paro…” (Fiorella, 34 años, peruana cinco años viviendo en Chile, con una hija en Chile)

Finalmente, resulta pertinente destacar a las trabajadoras que atienden y administran estos locales. La mayoría abrumadora de ellas mujeres y peruanas, 9 de cada 10. Muchas de ellas madres con hijos en Chile y/o Perú. Todas con turnos de trabajo no inferiores a 12 horas diarias continuas, de lunes a domingo con un día libre que casi siempre no debe ser de fin de semana, días de más alta demanda de llamadas. Ellas encuentran en el diálogo con las madres de locutorio, con las que muchas veces se identifican, una dinámica de humanización del trabajo. La empatía de género que a su vez generan en las madres usuarias de locutorios, al compartir códigos culturales y situaciones similares, las convierte en invaluables fuentes de información sobre las materias del estudio.

“Yo paro conversando en este trabajo, es mejor que estar trabajando en casa, salen de la cabina y te cuentan todo, así me hago de más amigas también yo…” (Liseth, 29 años, peruana trabajadora de locutorio hace dos años, cinco años viviendo en Chile)

“Una escucha cada cosa (se ríe)… de todo… pero fíjate se aprende también, a veces escuchas a una mujer ponerse firme por el teléfono, saber educar y aconsejar a sus hijos… poner en orden al marido (se ríe)…o también hay veces lloro, me da pena, el otro día una señora joven, su marido terminó con ella por el teléfono y ella lloraba oye que daba tanta pena y yo como una huevona lloraba también con ella (se ríe)…” (Rosario, 39 años, peruana trabajadora de locutorio hace un año, ocho años viviendo en Chile).

V.- Reflexiones finales
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“Tal vez no sea tarde para interrogarse sobre las condiciones en que la migración podrá ser para las mujeres y los hombres un mecanismo de liberación y de ascenso social, cualquiera sea el país, la clase social y la etnia a la que pertenece”
Jorge Martínez

Sorprende la cantidad de datos pertinentes y relevantes para comprender procesos sociales de magnitud, escondidos y encontrados en las conversaciones cotidianas de mujeres sencillas y anónimas. Teniendo como insospechado epicentro los locales de locutorios, particulares espacios en los que la transnacionalidad de lo cotidiano y de lo familiar abunda y abruma, todavía con mucho por descubrir, mucho que reflexionar.

Al seguir las huellas desapercibidas de las trayectorias biográficas y migratorias de estas mujeres podemos desentrañar la operatoria de las grandes tramas del tejido social. La complejidad de las dinámicas propias de una globalización desigual y excluyente adquiere rostros y voces de mujer, lágrimas y risas, golpes y sueños, que sin proponérselo, por la sola fuerza de la realidad, constituyen denuncia y reivindicación de todo aquello que las obstaculiza y hiere injustamente y puede ser perfectamente cambiado, porque no es realidad natural sino construcción social.

Mujeres madres que continúan y aún refuerzan los roles y funciones asignados, que los re elaboran ampliando sus confianzas en sí mismas, sus lugares sociales y sus relaciones con los hombres, o que se rebelan insurgiendo desde sus vidas como mujeres de futuros más equitativos. Que incluso a veces combinan diversas y hasta contradictorias formas de interacción, poniéndole trampas al sistema sexo género hegemónico. Mujeres que rebuscan por la geografía desigual del presente su parte; persiguiendo la nueva quimera del oro del bienestar que la publicidad promete para todos, pero que resulta esquiva y a veces trágica para ellas. Mujeres que persiguen su derecho a ser cómo quieren, a no resignarse simplemente a ser la que les ha tocado, a pesar de la ignorancia, la incomprensión y la desidia de los Estados y de amplios sectores de la población que continúa haciendo de su migración un naufragio evitable de la dignidad y la felicidad humanas. Mujeres que están cambiando de hecho la forma de pensar y vivir a la mujer, a la familia, a la democracia y a la cultura. Mujeres y migrantes que son seres humanos plenos, cargando o renovando identidades y pertenencias, entre aviones, buses y trenes, caminos, fronteras, prejuicios, bienvenidas, desgarramientos y satisfacciones. Mujeres que habitan y existen, opinan, bailan, pelean, consumen cerveza y coca cola, pagan deudas, aman, odian, cometen errores y cambian de opinión, buscando lo que todos, a fin de cuentas: felicidad.

Un mundo entero, rico en subjetividades, se abre en estos locales de locutorios de llamadas, en que se aterrizan y humanizan los grandes fenómenos sociales migratorios y transnacionales, donde dejan ser una cifra más de un censo, y se convierten, sin saberlo, en un movimiento silencioso de cambio cultural para las mujeres. El cruce del sistema sexo género tradicional y las particularidades migratorias se hace cuerpo en ellas, generando una riqueza de posibles combinaciones que en ningún caso ha estado ni siquiera cerca de ser exhaustivamente abordado en este estudio. Por el contrario, es esta constatación de lo mucho por descubrir, describir e interpretar en estos espacios bullentes de sentidos de estas protagonistas de las transformaciones emergentes, lo que constituye su principal resultado.

Las nuevas preguntas que estas voces registradas generan respecto de las formas en que el cruce de la migración y el sistema sexo género las emancipa o las recrea como subordinadas, permiten avizorar nuevos saberes para alimentar nuevas conciencias sociales y políticas públicas que puedan dignificar a estas mujeres madres a distancia. Sus tensiones, dolores y desgarramientos, así como sus nuevas autonomías biográficas y re valorizaciones personales y familiares, son el material con que pueden humanizarse los fenómenos migratorios de género. Y continuar escuchándolas es ya un imprescindible comienzo.

Bibliografía
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Martínez, Jorge. La migración internacional y el desarrollo en la era de la globalización e integración: temas para una agenda regional. CELADE – UNFPA – CEPAL. Santiago de Chile. Diciembre de 2.000.
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Organización Internacional para las Migraciones. OIM – Instituto Nacional de estadística e Informática INEI. Perú. Migración internacional en las familias peruanas y perfil del peruano retornante. Lima, Perú. Noviembre de 2009.

Notas
[2] Fernández, Ana Maria. La mujer de la ilusión. Pactos y contratos entre hombre y mujeres. Paidos. Argentina. 1994. Pág. 67.
[3] Badinter, Elisabeth. ¿Existe el instinto maternal? Historia del amor maternal. Siglos XVII al XX. Editorial Paidós. España. 1991. Págs. 197 y 198.
[4] Bourdieu, Pierre. La dominación masculina. Editorial Anagrama. España. 2000. Pág.49.
[5] Moore, Henrietta. Antropología y feminismo. Ediciones Cátedra. España. 1999. Págs. 29 y 30.
[6] Cobo, Rosa. El género en las Ciencias Sociales. Sin editorial. España. 2005. Pág. 250.
[7] Desde Estados Unidos se envía el 40.7%, con 991 millones de dólares; España, 15.3% con 372 millones; Japón, 9.4% con 228 millones; Italia, 6.2% con 152 millones; y Chile, 4.3% con 105 millones. Banco Central de la Reserva del Perú. En: Organización Internacional para las Migraciones. OIM – Instituto Nacional de estadística e Informática INEI. Perú. Migración internacional en las familias peruanas y perfil del peruano retornante. Lima, Perú. Noviembre de 2009. Pág. 83 y 86. Además, en el año 2000, “el 50% de los turistas que llegan al Perú son peruanos” Altamirano, Teófilo. Migración. Liderazgo y organizaciones de peruanos en el exterior. Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo Editorial. Lima, Perú. 2000. Pág. 38.
[8] Badinter, Elisabeth. Op. Cit. Pág. 15.

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